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domingo, 2 de junio de 2019

Meghan Markle no es la primera mulata de la corona: la historia de Carlota, la reina inglesa de sangre africana

Fue una soberana ejemplar, madre de quince hijos, enamorada de Jorge III –que le fue fiel– y amante de las artes


No hay duda posible: el zapatero de la reina Isabel II es el mejor del planeta. Sin embargo, su ciencia de artesano mayor no puede evitar –ni podrá– que Su Majestad sienta el irritante dolor de un clavo (dos, en verdad) en esos pies de 93 años y 66 de reinado.

Hubo demasiados clavos… La rebeldía de la princesa Margarita. La pasión de Carlos por su eterna amante Camilla Parker-Bowles. Su boda con Diana Spencer (Lady Di), a la que nunca digirió ni con ayuda de sal de uva. Las confesiones públicas de ésta sobre sus fogosos amoríos clandestinos. Y como hiel en el postre (que no frutilla…), ¡Meghan Markle!, novia y ahora legítima mujer del príncipe Harry, su nieto, de 34 años libres y nada dispuestos a morir asfixiados por el protocolo. Y menos ahora, nacido Archie, el primer hijo de la pareja.

Las excusas de la reina son débiles: detesta la ropa, los modales y otras minucias…, pero la verdad es el color de la piel de Meghan: moreno algo subido, pero frente al prejuicio isabelino… ¡negro!

Inquina sin asidero, Su Majestad nada Serenísima. Porque en el antiquísimo y frondoso árbol genealógico real…, hay una rama negra. Y no una rama caída y fácil de borrar: nada menos que una soberana. Carlota de Mecklenburgo-Strelitz (Sofía de primer nombre), Reina consorte de Gran Bretaña e Irlanda, y Electora consorte de Hannover, de largo reinado: 57 años. De 1761 a 1818…

Nació en Mirow (actual Alemania), el 19 de mayo de 1744, octava de los diez hijos del duque Carlos Luis Federico de Mecklenburgo-Strelitz, Señor de Mirow, y de su mujer, la princesa Isabel Albertina de Sajonia-Hildburghausen. Y además… ¡una gran reina!

A los 17 años fue destinada a esposa del joven rey Jorge III de Gran Bretaña, que ya había desechado a varias candidatas. Y créase o no, en ese mundo de matrimonios de conveniencia política y brújula apuntando, inmóvil, al poder, desdichados algunos, insólitos otros, ni siquiera consumados en el lecho otros tantos, la unión de Jorge y Carlota fue una luminosa historia de amor…, y también de abnegación: enfermo Jorge de porfiria, mal metabólico por lo común hereditario que genera, entre varios trastornos, severos desórdenes mentales, ella lo cuidó con devoción hasta el último latido.

El rey, entonces de 22 años, vio por primera vez a Carlota en un cuadro, y el flechazo dio, preciso, en el centro más central del blanco.

Esperó su llegada con la ansiedad de un enamorado adolescente y primerizo, se casaron el ocho de septiembre de 1761 en la Capilla Real del Palacio de St. James, Londres, y los coronaron en la Abadía de Westminster.

La química de los cuerpos no falló: ¡quince hijos!, de los cuales sólo dos no sobrevivieron. En su diario, Carlota escribió: "Pasé los primeros veinte años, embarazada. No creo que un prisionero pueda desear con más ardor su libertad que yo, al librarme de mi obligación y ver el final de mi campaña maternal. Sería feliz si supiera que es la última vez".

Sin embargo, fue una madre con todas las de la ley. Crió a sus hijos lo más lejos posible de los privilegios y los protocolos reales. Por caso, sus hijos e hijas debían vestirse con ropas sencillas, lejos de sedas y pedrerías, y a ellas les enseñó a coser botones y remendar las roturas, como cualquier costurera plebeya y de escaso dinero.

Jorge fue fiel a ella hasta que la muerte lo alcanzó…

Carlota intervino muy poco en política. Su vocación era la botánica –creó los hoy Jardines de Kew y remodeló los del palacio de Buckingham–, la música –apoyó a su profesor, Johan Christian Bach, y Wolfgang Amadeus Mozart, apenas a sus ocho años, le dedicó su Opus 3–, y según sus testigos de entonces, y a pesar de su educación mediocre, "supo rodear a los salones del palacio de belleza, armonía, calidez, amistad".

Y aunque en esos años la piel negra no era rechazada –en la corte, varios de esa coloración tenían títulos de nobleza–, Carlota llamaba la atención por sus rasgos claramente mulatos y el tono marrón de su dermis…

¿Eco de que personajes y qué historias era ese color, de evidente origen africano?

Según el historiador Mario Valdés y Cocom, en una emisión de 1996 del programa Frontline, "existen fuertes indicios que confirman, aunque con una distancia de quince generaciones, que la reina Carlota era descendiente de Madragana Ben Aloandro, amante del rey portugués Alfonso III".

Mucho antes, Duarte Nunes de Leao, cronista del siglo XVI, describió a la amante de Alfonso III como "una mujer mora, como se les llama en Europa a las personas oriundas de los pueblos del norte de África, y el eslabón que conecta a Carlota fue Margarita de Castro y Sousa, dama noble de la casa real portuguesa que vivió en el siglo XV".

A pesar de que casi todos los pintores que la retrataron, por prejuicio, dismularon sus rasgos negroides, el artista escocés abolicionista Allan Ramsay prefirió la verdad: reprodujo fielmente su pelo encrespado y sus rasgos de mulata, incluido el verdadero tono de piel…

Carlota murió el 17 de noviembre de 1818, a sus 74 años.

Fue enterrada en la Capilla de San Jorge, castillo de Windsor.

Muy cerca de Isabel II.

Así lo quiso el Destino…

Fuente: Infobae

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