Después de la acusación y de conseguir el descrédito de la Orden, ante el papa y ante la sociedad, el siguiente paso era conseguir las auto-acusaciones y éstas se consiguieron con la tortura.
El viernes 13 de octubre de 1307, Jacques de Molay, último gran maestre de la orden, y 140 templarios fueron encarcelados en una operación conjunta simultánea en toda Francia y fueron sometidos a torturas, por las cuales la mayoría de los acusados se declaró culpable de estos crímenes secretos. Algunos efectuaron similares confesiones sin el uso de la tortura, pero lo hicieron por miedo a ella; la amenaza había sido suficiente. Tal era el caso del mismo gran maestre, Jacques de Molay, quien luego admitió haber mentido para salvar la vida.
Jacques de Molay, que tenía 64 años, también cedió a la presión (más psicológica que física, en su caso). Declaró el 24 de octubre de 1307 ante el inquisidor Imbert haber renegado de Cristo y haber escupido sobre una cruz. Después envió una carta a todos los templarios de Francia instándoles a confesar los delitos de que fuesen acusados.
De Molay recuperó luego su entereza moral y se retractó ante los cardenales enviados por el Papa. Su testimonio sobre la inocencia de la orden acabaría costándole la vida.
Clemente V, indignado con la Inquisición francesa, suspendió a Guillermo Imbert y confió la causa templaria a tribunales diocesanos. Pero no mantuvo estas valerosas decisiones. Más adelante, presionado por el rey, confirmó a Imbert como juez en el caso contra los templarios.
Otros templarios comenzaron también a retractarse de sus auto-acusaciones. Ponsard de Gisi, denunció las torturas a las que había sido sometido: "Tres meses antes de mi confesión me ataron las manos a la espalda tan apretadamente que saltaba la sangre por las uñas, y sujeto con una correa me metieron en una fosa. Si me vuelven a someter a tales torturas, yo negaré todo lo que ahora digo y diré todo lo que quieran. Estoy dispuesto a sufrir cualquier suplicio con tal de que sea breve; que me corten la cabeza o me hagan hervir por el honor de la Orden, pero no puedo soportar suplicios a fuego lento como los que he padecido en estos dos años de prisión".
Entre febrero y abril de 1310, más de 500 templarios quisieron retractarse. Conocían el riesgo: el hereje que confesaba serlo y luego se retractaba, solía acabar en la hoguera. En representación de todos ellos, el 1 de abril de 1310 Pedro de Bolonia y otros tres compañeros escogidos entregaron un escrito a los jueces rechazando las acusaciones y denunciando las torturas.
La recobrada valentía de los acusados hizo que el rey francés planeara un nuevo golpe de efecto. Con ayuda del nuevo arzobispo de Sens, Felipe de Marigny, que tenía competencia para juzgar a los templarios encarcelados en la zona de París, preparó un tribunal eclesiástico para juzgar a algunos que se habían retractado.
El 11 de mayo de 1310, 54 templarios acusados de retractarse eran condenados a la hoguera. Fueron ejecutados al día siguiente. Otros quince siguieron sus pasos poco después.
El rey logró provocar el miedo que pretendía. Muchos templarios, dispuestos poco antes a retractarse, dejaron de hablar en defensa de la orden. Sabían que la voluntad real era más poderosa que la justicia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario